martes, 11 de enero de 2011


1. En el desarrollo físico y mental

La alimentación en la vida fetal, niñez y adolescencia del individuo condiciona que el crecimiento se desarrolle con todas las posibilidades genéticas.
Distintos estudios han demostrado que entre dos pueblos sometidos a las mismas influencias ambientales (clima, temperatura, vivienda, etc.), los distintos hábitos dietéticos determinan claras diferencias en cuanto al desarrollo físico, carácter de la población y enfermedades.
Así, aquellas civilizaciones con una alimentación, fundamentalmente, de base animal, están más desarrollados física y psicológicamente y además muestran un mejor estado de salud que las poblaciones de costumbres vegetarianas.
En España aún se constatan diferencias en cuanto a la talla y al peso entre niños de familias de diferente nivel económico, lo que sugiere claramente que estas diferencias se establecen basándose en la distinta alimentación que reciben.
Nutrientes como las proteínas, de máxima importancia, están destinadas a la construcción de nuevos tejidos para conseguir el crecimiento de músculos, piel y órganos. El calcio y el fósforo son fundamentales para el crecimiento del esqueleto y las vitaminas son indispensables para la absorción y asimilación de estos y otros nutrientes por el organismo.
Parece claro que el período de la vida que comprende desde la vida fetal hasta los 5 años es una etapa crítica en el crecimiento y desarrollo del individuo, habiéndose demostrado que un retraso sufrido en este período por déficit de aporte de nutrientes es de difícil superación, aun cuando posteriormente el individuo reciba una alimentación adecuada.
Por tanto, la dieta en los niños constituye una de las causas primordiales de la aparición de diferencias en cuanto al desarrollo físico y mental, independientemente de las limitaciones individuales de la herencia genética, la higiene o el deporte.
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2. En la reproducción

Los hábitos alimenticios también influyen sobre la reproducción. La desnutrición provoca trastornos del ciclo menstrual (amenorrea), lo que afecta lógicamente a la fecundidad.
También está relacionada con el número de abortos y de niños prematuros. Durante el embarazo y la lactancia, es importantísimo el cuidado de una buena alimentación para conseguir que nazcan niños sanos y fuertes y contribuir a mejorar los índices de morbi-mortalidad infantil.
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3. En la mortalidad y morbilidad

La mortalidad es el número de muertes ocurridas en un país y aumenta con la mala alimentación. Este hecho se ha demostrado en repetidas ocasiones tras analizar la mortalidad en épocas de escasez de alimentos, por ejemplo, en períodos de guerra. Por tanto, el índice de mortalidad de un país es un marcador del estado nutricional de esa población.
La morbilidad, en cambio, es la frecuencia de la aparición de enfermedades. El índice de morbilidad está muy ligado a la dieta de la población. Numerosas enfermedades están directamente provocadas por defecto o por exceso de la ingesta de alimentos.
Hay que resaltar la importancia que tiene una buena alimentación para la prevención de enfermedades. El conocimiento de una buena y correcta alimentación a través de la educación (ver comedores escolares), es una labor cuyo objetivo es tanto social como sanitario.
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4. En el rendimiento físico e intelectual

Una buena alimentación influye en la capacidad intelectual de las personas, aunque esto es más difícil de demostrar. Sin embargo, el cerebro es un órgano que sufre las consecuencias de una mala nutrición.
Aunque el coeficiente intelectual se mida también por otros factores, una dieta abundante y variada ayuda al desarrollo de la capacidad intelectual. En cuanto a las cualidades físicas del individuo, una dieta equilibrada contribuye a que la piel, el cabello, las uñas, los ojos, los dientes y la silueta tengan un aspecto saludable.
En ella se incluirán, además de agua en cantidad suficiente, una cantidad adecuada de proteínas, carbohidratos, grasas, minerales y vitaminas.
Los principios de una nutrición óptima para los niños son ofertar alimentos de los grupos principales mediante una dieta amplia y variada (pan y cereales, pescado, aves, otras carnes, huevos, frutas verduras y lácteos) al menos cada 2-3 días, limitando la energía en forma de grasas al 30% del consumo calórico diario (10% ácidos grasos saturados, 10% de poliinsaturados y 10% de monoinsaturados, aproximadamente).

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